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¿Batalla campal?
Silvia Buendía (*)
El presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, Monseñor Antonio Arregui hizo un llamado para que se cierren las iglesias católicas, el domingo pasado, y se ofrezcan misas campales en la ciudad de Guayaquil.
La decisión marcó un punto de no retorno en el acontecer político (sí, político) nacional. Esto va más allá del hecho de repartir, en ciertas iglesias, panfletos llamando a votar No en el referéndum bajo la excusa de iluminar la conciencia de los católicos. El mismo Monseñor Arregui declaró que estas misas “son una reacción que proviene de gente que se siente maltratada en sus creencias por el nuevo texto Constitucional, y por la actitud que ha adoptado el Gobierno en una belicosidad contra la institución”.
Este insólito pronunciamiento, de un sector de la iglesia, que no tiene antecedentes en elecciones recientes, solo puede entenderse como un desesperado intento por manipular la conciencia de un pueblo católico en su mayoría, devoto en su formación, desesperado por las circunstancias, pletórico de fe, ávido de justicia. Porque eso, ¡qué duda cabe!, fue un acto político, de presión desde la conciencia de los creyentes para propiciar el voto por el No. Tan político fue el llamado de la Conferencia Episcopal, que a pesar de haber sido convocado por quien la preside, no tuvo eco en otras ciudades del Ecuador. Y en una clara muestra de disidencia, Monseñor Raúl Vela, Arzobispo de Quito, no acató la convocatoria a realizar misas campales en la capital justamente por considerarlas inoportunas, tomando en cuenta el momento político que vive el Ecuador.
¿Y ahora qué? ¿Clamar al cielo por el milagro de que gane el No el próximo 28 de septiembre? Cosa que aparentemente solo ocurriría de milagro. El que el Arzobispo de Guayaquil haya propuesto a sus feligreses salir a las calles, mezclando en la práctica la misa del domingo con un mitin político, ha sido, evidentemente, un acto de irrespeto y, además, de temeridad para con el pueblo y su fe. Hasta parece que se buscaba el enfrentamiento, el desorden, el caos.
Es decir, no una misa campal sino una posible batalla campal en la que las “víctimas” las pondría el Arzobispo Arregui, como la carne de cañón de cualquier guerra santa. Afortunadamente eso no sucedió para bien de todos.
Es a la iglesia católica, entendiéndose con este término al conglomerado de creyentes, que es pueblo y que por lo mismo es sabia, a quien le tocará sopesar este farisaico proceder de ciertos dirigentes eclesiásticos. De hecho, el pueblo creyente está ahora mismo dividido en su opinión y en su sentir por estos hechos. No puede ser de otra manera. Hay cosas con las que no se debe jugar. Por primera vez en treinta años la efigie del Cristo del Consuelo quiso ser sacada de su templo para algo que no es la tradicional procesión del Viernes Santo. Y si Cristo en efecto bajara y viera cómo se utiliza su nombre, su imagen, creo yo, no solo les caería a latigazos a este soberbio sacerdote y sus seguidores, sino que tal vez, para que les duela más, les caería a correazos.
(*) Silvia Buendía
Abogada, columnista invitada de Diario El Telégrafo
Tomada de la edición impresa del 16 de septiembre del 2008
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