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¿Miopía política, o qué?
Wladimir Sierra F
El Telégrafo

Llama mucho la atención los argumentos esgrimidos por representantes de cierta izquierda -Polo Democrático, por ejemplo- en contra del proyecto de la nueva constitución. Argumentos que intentan hacernos pensar que la mejor posición frente al Referéndum es el voto nulo.

Estoy de acuerdo en que el proyecto de la nueva constitución tiene muchos errores -y no solo de forma-. Estoy también consciente que lo que propone la nueva Carta no satisface las aspiraciones de un socialismo auténtico y que, además, las reivindicaciones por demás justas de nuestros pueblos indígenas no están, del modo que muchos de nosotros quisiéramos que estén, presentes en el texto.

“El voto nulo es incomprensible porque bloquea los inicios de una modernidad democrática...”

Hay desatinos, es obvio, como también hay limitaciones y prejuicios socialdemócratas por doquier; pero de ahí a estar en contra de su aprobación únicamente es explicable -por lo menos desde posiciones de izquierda- por una miopía política que va contra la historia.

¿Qué significa, en las condiciones actuales, el voto nulo? ¿Acaso una forma de expresar la doble oposición al ancien régimen y al nuevo proyecto? Esa parece ser la intención de sus propulsores, sin embargo, en mi opinión, política e históricamente, el voto nulo es equivalente al No o quizá peor.

Las condiciones económicas y políticas excepcionales que vive Latinoamérica exigen que vayamos impulsando la concretización de su unificación real, a través de acuerdos energéticos, financieros, infraestructurales y, también, políticos. En la situación actual, esa unificación es un presupuesto indispensable para cualquier emancipación de nuestros endebles países; y, esa unificación reposa también en la social democratización de nuestros sistemas jurídicos y políticos particulares.

El voto por el No es el último recurso de una derecha en descomposición por impedir las transformaciones que obliguen su desfeudalizacion y la proyecte a un escenario moderno donde su existencia devenga anacrónica. De ahí su terror al nuevo proyecto y la justificación plena de su oposición.

El voto por el nulo, empero, es incomprensible. No defiende intereses personales o grupales que se vean afectados con el nuevo proyecto de constitución sino que, bajo una sospechosa forma de autoengaño, presta su apoyo a la continuidad de formas de reproducción oligárquicas y mafiosas de nuestra sociedad, bloqueando, de este modo, los buenos inicios de una modernidad democrática que soporte la unificación e independencia latinoamericana.

Suponiendo que algunos dirigentes sigan pensando que la pauperización de las condiciones materiales, sociales y jurídicas de existencia, son estratégicamente preferibles a las tibias reformas socialdemócratas, en la intención cierta de agudizar la lucha de clases, sus argumentos se tornarían comprensibles.

No obstante, esa perspectiva, eximiéndoles de miopía política, los arroja de modo peligroso a una ceguera histórica de consecuencias inesperadas. Debemos entender que el Sí a la nueva constitución es un medio -defectuoso pero necesario- y no el fin del orden social al que legítimamente aspiramos.

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