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Bolivia, la que no quiere ser una postal
Rubén Montoya Vega
Director Diario El Telégrafo (*)
Condenada a ser vista desde el prejuicio, Bolivia es considerada por muchos como una tierra de indios y montañas. Si se les pidiera visualizar alguna imagen, quizás fuera alguna de estas: las nieves eternas del Illimani, su nevado más visitado. O La Paz, con el Huayna Potosí a sus espaldas. Tal vez el Titicaca. Tal vez las ruinas del Tiwanaku. O un puñado de indias aymaras, con sombrerito chaplinesco y multicolores anacos, vendiendo “lo que Dios dé” en calles y plazas azotadas por el polvo y el olvido.
Esa Bolivia es una postal mentirosa. Bolivia es un país que tuvo, con gobiernos de blancos y mestizos, más del 60% de su población viviendo con menos de dos dólares al día. Y al 75% de sus habitantes sin acceder a los servicios más básicos. Con carreteras de 200 kilómetros que requerían nueve horas para ser transitadas porque más parecían chaquiñanes donde cualquier motor se rendía... Saqueada, explotada sin misericordia por empresas extranjeras que se le llevaban (con el visto bueno de los capos locales) el gas, la sal, la plata, el estaño, tuvo que levantarse sin miramientos para parar el latrocinio. Ahora, no se le perdona tamaña insolencia.
Mientras no estuvo un indio al frente de su destino, era un país al que nadie le importaba un carajo. Ahora sí. Ahora “un indio de mierda” la dirige y eso las élites no lo perdonan. Las de aquí, las de allá, las del imperio. ¡Qué importa que un referendo haya confirmado a Evo! Cuando las élites pierden, el voto es una molestia, un detalle, una minucia. Cuando ganan, es democracia.
Bolivia está de pie desde que Morales la gobierna. ¿Por qué irrespetar su derecho a no ser solo una postal? Buen día a todos.
(*) Tomada de la edición impresa del 16 de septiembre del 2008
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