Portada¿Quienes somos?Emisión de Radio¿Qué hemos realizado? El DocumentalVideosEntrevistasOpiniónNoticiasPropuestasForoVínculosContáctenosCorreo WebPortada


PLURINACIONALIDAD, Reconocimiento de lo existente
Por: María Augusta Calle
Asambleísta Nacional (AP)

“En Babilonia, la ciudad maldita, que según la Biblia fue puta y madre de putas, se estaba alzando aquella torre que era un pecado de arrogancia humana.
Y el rayo de la ira no demoró: Dios condenó a los constructores a hablar lenguas diferentes, para que nunca más pudiera nadie entenderse con nadie, y la torre quedó para siempre a medio hacer.

Según los antiguos hebreos, la diversidad de las lenguas humanas fue un castigo divino. Pero quizá, queriendo castigarnos, Dios hizo el favor de salvarnos del aburrimiento de la lengua única.”
Dice Galeano, maravilloso narrador de nuestra américa.

Bendita torre, digo yo, simple Asambleísta, que nos ha permitido, en este mismo recinto constitucional, con taita Eloy Alfaro mirándonos permanentemente, entender la diferencia que nos hermana en nuestro país.

Percibir a través de musicalidades distintas, de construcciones gramaticales ajenas y extrañas, que este es un país diverso, donde no solo hace falta la traducción de un idioma a otro, sino que se enriquece de la forma diferente de ver el mundo, de entender la vida, de compartir la alegría del triunfo y de llorar en soledad la derrota, de sembrar y de cosechar, de disfrutar los aniversarios y de iniciar los años no precisamente el 1 de enero.

Y es que no han sido solo el quichua o el shuar los que han roto el aburrimiento y la monotonía del único idioma; los que de forma calladita y sutil han roto la cuadratura de las mentes que se niegan a mirar y enriquecerse de los otros que si existen; de esos otros “invisibles” por siglos, que en estos meses de encuentro constituyente han querido decir y lo han conseguido, que este es un país de diversos,

Y digo, no sólo han sido el quichua y el shuar que rompieron los esquemas, sino también una multiplicidad de gestos, de risas abiertas, de formas diferentes de ejercer este encargo que nos dio el pueblo, las que de forma, nuevamente, sutil y calladita, en resistencia, las que han teñido de colores diferentes a la nueva constitución y a la constituyente.

Acaso nos podemos olvidar y pasar por alto las tardes de guayusas, (quisiera preguntar a quienes han pasado por muchos congresos y una que otra constituyente, ¿cuando les compartieron guayusitas para tener más y mejor energía en plena reunión de un plenario?), o cuando se fue imponiendo tanto un idioma que poco a poco los otros trataron de incorporarlo en su discurso? O lo tedioso que nos resultó el plenario cuando llegaban a nuestros oídos los sonidos de la marimba allá afuera llamándonos a regocijarnos con el ritmo afroecuatoriano.

Y no puede pasarse por alto de que manera sencilla y sutil, porque la razón no pide fuerza, los derechos de la naturaleza, de la pacha mama, de la madre tierra, se discutieron y aprobaron, obligando al mundo a mirar a este pequeño pedazo de suelo como un ejemplo de responsabilidad para con la vida.

Producto, no de un iluminado europeo, sino de una coherencia de vida alimentada desde hace siglos, desde formaciones culturales que dan cuenta de formas diferentes de enfrentar la vida, de naciones formadas desde la siembra, desde la guerra, desde el ejercicio particular de la justicia, desde la preservación empecinada de sus territorios, desde la ciencia que nos legaron y que la miopía racista nos impidió apropiarnos para que ahora sea conocimiento codiciado por las grandes farmaceúticas, por ejemplo, o motivo de admiración, estudio e investigación sobre sus conocimientos astrales por parte de científicos de otras latitudes; desde los idiomas y no lenguas, desde la particular ternura que los liga tan profundamente con la tierra que son sus ciclos los que guían las acciones humanas; desde las relaciones de familia diferentes, suyas, nuestras.

Naciones en toda su extensión cuya presencia no es una construcción sociológica sino el producto de la realidad. Tan real y milenaria como otras nacionalidades a las que mentes occidentales las reconocen sin ningún problema.

No ha sido un ejercicio de folclor el hablar en quichua, ni quisiera tampoco que se constituya en un argumento suelto para pedir a la comisión que el quichua sea también el idioma oficial, nada se conseguiría, nada significaría esta decisión si en el primer inciso del artículo 1 no se reconoce que el Ecuador, afortunadamente para todos los ecuatorianos y para el mundo, es también un estado plurinacional.

Y quiero reclamar esta categoría en el primer inciso no pretendiendo interpretar o ser portavoz de las nacionalidades indígenas o del pueblo afroecuatoriano, sino desde el derecho maravilloso del ser mestizo, de la conjugación de historias con las que he crecido, de las dos madres que me cobijaron, la blanca y la indígena, de las dos mujeres que me enseñaron a caminar rápido pero despacito, a ver en los montes la belleza y a reconocer su sabiduría, a entenderles y a temerles. A mirar las nubes para saber que ropa utilizar durante el día, y reconocer el clima mirando en la obscuridad a las estrellas.

Desde la necesidad urgente de reconocernos como lo que somos, como esta colcha de retazos con los que estamos armando la Patria, desde la necesidad de sabernos, de hermanarnos, de respetarnos, de por fin sincerarnos para vernos de iguales. Esa es la plurinacionalidad, esa es la posibilidad real de ser realmente país.

Plurinacionalidad, reconocimiento de lo existente, de nuestras raíces, de nuestros sueños, que por fin, por lealtad con nuestro pasado, por justicia, debe reconocerse constitucionalmente.

Justicia que para ser efectiva debe, entre otras verdades, desembocar también en el reconocimiento del quichua como idioma oficial, junto al castellano en el quinto inciso del artículo primero.

Reconocer al Ecuador como Estado Plurinacional no es una concesión, es un reconocimiento a la realidad, a la deuda histórica que tenemos con los pueblos ancestrales, con el pueblo afroecuatoriano, es un sincerarnos con nosotros mismos, con nuestras raíces, con nuestra historia.

Llegó el momento de decirnos la verdad. Parafraseando a Dolores Cacuango diré que aspiro a que todos, mestizos, afroecuatorianos, indígenas,montubios sepamos que, como los granos de quinua, si estamos solos, el viento lleva lejos. Pero si estamos unidos en un costal, nada hace el viento. Bamboleará, pero no nos hará caer.

En el Pleno

La Nueva ConstituciónMandatosLeyesAmnistías