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La ciudad premiada
Héctor Chiriboga
Licenciado en Sociología por la Universidad de Guayaquil (1990), Diplomado en Estudios Amerindios (1994). Docente en la carrera de Comunicación de la U. Católica.
La nueva batalla por la ciudad, esa especie de defensa última de las libertades corporativas, esgrime como argumento el imperativo de mantener el modelo de desarrollo traducido en orden, limpieza, belleza urbana y seguridad. Se argumenta también que el modelo debe ser mantenido porque su éxito ha sido reconocido por organismos internacionales. Empiezo por aquí: si ciertos organismos internacionales han reconocido en esta ciudad un modelo de gestión digno de ser imitado, entonces “…algo debe estar podrido en el reino de Dinamarca”.
El modelo premiado, ni más ni menos excluye a más de medio millón de personas cuyo sustento diario no llega a veces a 5 dólares y cuyo recorrido agotador por las calles del centro, por donde camina la gente, permite llevar algo de comer a la casa. Reducir su movilidad en una red de locales, cuyo fracaso se evidencia en los 2.000 puestos que no han sido ocupados, es perverso: no solo se les impide que mejoren su precario ingreso, sino que se les cobra por eso.
Pero el modelo premiado también excluye y niega la participación de los habitantes de la ciudad en decisiones sobre asuntos importantes como la privatización y reglamentación del espacio público, la recolección de basura y la operación del servicio de agua potable. Los negocios corporativos no están en la agenda de la discusión democrática de la alcaldía.
Se premió una gestión municipal cuya idea del espacio público, es algo así como una superficie extensa, con mobiliario urbano de diseño, que está para ser mirada y admirada, transitada, pero no habitada, no apropiada, es decir no vivida. Si la interacción cotidiana en el espacio público es despojada de su carga imprevisible de besos, abrazos y caricias, teatreros obscenos, pasada de sombrero y sentadas en las escalinatas; si lo que sucede a diario, es que un hombre o una mujer son observados por un guardia, porque su hijo pisa el mármol de la pileta, entonces ¿cómo pretender que la gente sienta la ciudad como suya?
El problema del Municipio de Guayaquil con los comerciantes ambulantes, se resolverá en el campo de la política, o al menos así debería ser si los interlocutores son racionales. Pero el efecto más importante podría ser, de cara a las próximas elecciones, posicionar el tema y los argumentos sobre el tipo de gestión municipal que queremos, sobre la ciudad que tenemos y los ciudadanos que somos.
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